BIKEPACKING Araucanía Andina: Un cicloviaje durante la pandemia

Por Roger Gavilán.

Republicado con el permiso del autor, desde el blog de viaje Cicloturismo-bikepacking & cicloviaje de elgavilanenbici

El año 2020 de pandemia estuvo rudo, restricciones de movilidad y con ello deterioro de salud mental: comienza una nueva etapa dentro del cicloturismo para mi. Ahora emprendo rumbo a la bellísima Araucanía Andina, Región de la Araucanía, Chile. La modalidad minimalista bikepacking, que, durante el año 2019 algo incursioné, inspirado por Iohan Gueorguiev (Q.E.P.D.), y que ahora podía realizar con equipo completo. Previamente indagué sobre los bolsos que podía ocupar, ya tenía experiencia con la marca Choike, con un seatbag y el arnés de manillar que compré por ahí. Me decidí finalmente por esta marca por la calidad del material, comentarios de cicloturistas cercanos y claro, gracias a la devolución del 10% de mis ahorros se hizo posible. Comencemos:

Día 1: Llegué en bus hasta la localidad de Victoria, la cual en ese momento se encontraba en cuarentena. No tenía pensando entrar desde aquí pero un buen amigo, Carlos, conocedor de la ruta, me recomendó partir desde esta localidad con la idea de subir al Parque Nacional Tolhuaca.

Comencé a pedalear a eso de las 08:00 por la ruta R-575 y luego por la R-71. El camino estaba desolado, solo pasaban peñis cabalgando a esa hora los cuales se mostraban muy amables saludando con un «mari mari» («hola» en mapudungun) y que supe interpretar de inmediato por tener historia de mi lado materno Huilliche. Se venía interesante el paseo por aquellas tierras indómitas.

Saliendo desde Victoria están estas enormes estructuras ferroviarias.

Paré a desayunar pan amasado con mantequilla natural que vendía una lamien en el sector de Rucamilla. Lo acompañé de té en un paradero que se encuentra en ése sector. Como es de costumbre, o más bien mi costumbre, se me echó la yegua (me dormí) y desperté a la hora por el ladrido de unos perros. Continué pedaleando, estaba rico el clima: con neblina y bien fresco. A eso de las 12:00 me acordé que no había comprado nada para almorzar ya que estaba todo cerrado cuando llegué. Por lo anterior, iba atento dónde podía comprar. En ese intertanto, siento la bici pesada y no, ¡su pinchazo!. Así que me bajé a parchar:

Recuerde siempre andar con su kit de repuestos si es que no tiene sistema tubular. Sobre todo en el sur de Chile con sus caminos de ripio y calamina.

Una vez solucionado el asunto, continúo y veo a lo lejos, un cartel de una marca de bebidas, subiendo, a mano izquierda por el camino a Tolhuaca. Bajé de la bicicleta y comencé a llamar en «la casa del cartel», no salía nadie, solo había un par de vacas y chanchos que me miraban. Estaba a punto de irme cuando aparece «Don Artemio», dueño del kiosko. Le compré un paquete de tallarines y lo necesario para preparar el salvador banquete de la jornada. Antes de irme, parlamos un poco y me recomendó quedarme acampando libre a un par de kilómetros antes de la entrada oficial al Parque: «es el único portón de fierro que va a ver antes de llegar a la entrada», rezó aquel sabio hombre. Me iba yendo cuando me dice que tenía pilsener para vender así que «yapo», le dije. Me fuí cargado y feliz luego de tan amable atención. ¡Excelente servicio!.

Camino al Parque Nacional Tolhuaca
1 km antes de éste cartel se encuentra la entrada «alternativa» al parque, donde también se halla el Salto Malleco y la laguna del mismo nombre.
Preparando almuerzo al lado de la Laguna Malleco. La carpa la puse un poco más atrás de esta postal.

Pues bien, así concluí el primer día de esta aventura. Mencionar que me dio un poco de miedo acampar en medio de tan bello bosque nativo, hay harto puma, animal con el que tengo historia que contar casi al final de este viaje. Lo otro, desde Victoria hasta el Parque Nacional Tolhuaca son 52 kms con una altimetría de 777 msnm. Mucha calamina y ripio que comienza luego de Rucamilla. Con paciencia se puede realizar fácilmente en unas 6 hrs (sin quedarse dormido).

Día 2: La noche anterior, ese «miedo» se transformó en relajo al escuchar el agua caer por un pequeño salto que se encontraba un poco más abajo de donde estaba. Desperté con el mismo sonido, ¡que placer!. Me quedé un rato más en la carpa mirando la app Maps.me (la cual funciona sin internet) analicé el sendero que debía tomar para llegar al salto Malleco. Aproveché que era temprano, me bañé en la laguna, desayuné y partí al trekking. No saqué foto alguna ya que se me fue cargar la batería. Plop! como dice el Condorito. Estaba prácticamente solo si no fuese por la compañía de la fauna. Disfruté de lo que estaba presenciando, la mismísima ñuke mapu en todo su esplendor. Recordé que podía entrar gente y que había dejado todo «tirado», así que caminé rápido para llegar a ver mis cosas. Todo bien, nunca llegaron personas. En fin. Luego de eso, ordené, me despedí del lugar y salí raudo y veloz para hacer los 9 kms de solo subida con calamina.

Una vez afuera, comencé el andar, pero para mi sorpresa, apareció una pareja de pájaros carpinteros, los cuales volaban de árbol en árbol. Qué mejor empezar así el día. Sí bien el camino estaba pesado por la altura, la calamina y el sol, visualicé una meta a lo lejos, una gran araucaria, nunca había visto una así. Quería sacarme una foto junto a ella pero recién estaba cargando mi celular con el panel solar. Tuve que esperar una hora aproximadamente a que se cargara hasta la mitad. Dentro de esa hora esperaba que llegará alguien para pedirle que me sacara una foto pero nunca llegó nadie. Finalmente le saqué la foto a mi bici junto al pewen y dimensiono el tamaño que tiene éste. ¡Impresionante!

La majestuosidad del pewen, pino patagónico o araucaria.

Continué avanzando, llegué a las termas Tolhuaca y a la entrada de la Laguna Verde pero acá sí que no pude pasar, estaban los guardaparques, quienes no permitían el ingreso. Así que me dije: «para la próxima». Recuerdo haber pedaleado durante un buen rato hasta que me topé con camiones cargados con árboles nativos y resguardados por la policía chilena. Por otra parte, en gran parte del camino letreros con la leyenda «territorio Mapuche recuperado» o «en recuperación». Sabía que era un sector complejo ya que por un lado el pueblo Mapuche protege la naturaleza y por otro las transnacionales depredan la flora y fauna: Resistencia.

Por el camino

Mi destino final era Curacautín, tenía muchas ganas de conocer el Pueblo así que me aguante las ganas de comer con tal de llegar a almorzar una rica cazuela. Dicho y hecho. Llegué y busqué el lugar más popular para reponer energías. Un restorán cerca del Hospital de la zona. Por 3.500 quedé listo: cazuela de ave, ensalada, pan, pebre, postre, y, aparte, una copa de vino. ¿Qué tal?. Ahora tenía que buscar un lugar para quedarme, recurrí a Maps.me y me dirigí al Río Cautín. Mencionar que hay dos campings en el sector de Trahuilco, uno estaba repleto y el otro no habilitado en aquel momento.

Seguí bajando por la R-925-S y en al lado de un puente, encontré una pasada al río, hecho por gente del lugar seguramente. Como había llegado temprano decidí echarme a escuchar el cauce y a los pajarillos. A eso de los 19:00 hrs una pareja que andaba caminando junto a una Sra. me ofrece un par de latas de cerveza que con gusto acepté. Estaban atentos a los bolsos que llevaba, también eran pedaleros de la zona de Temuco, y en aquella ocasión andaban en auto. Me preguntaron el dato y luego de eso se fueron.

Curacautín, en mapudungun: kura kawin que significa: ‘piedra de reunión’.
Antes que se retira la pareja, le pedí esta foto junto al río Cautín.
En la noche, en la soledad, el corazón late más fuerte.

Día 3: Escuché temprano el grito de gente, eran pescadores que andaban con perros y unos caballos. Levanté el campamento, desayuné y me volví a recostar para apreciar el río. ¡Espectacular!. Salí al camino para comenzar el nuevo día de pedaleo. No llevaba prisa así que me fuí lento, de hecho, nunca llevé apuro en esta aventura por lo que recuerdo. Ahora visualizaba como destino Malcahuello o Lonquimay pero… ¡calma´o!. Ví el mapa y al acercar la pantalla, veo que hay un par de saltos, el Salto del Indio y el Salto de la Princesa, así que me motivé y pedaleé un poco más rápido para llegar a ver si tenía temas de limitación de aforo para entrar.

El primer salto, el Salto del Indio, me lo pasé por hartos kms, nada que hacer… continué al próximo. Al llegar diviso de lejos mucha gente, recordar que en ese momento Chile estaba en plena pandemia, y al acercarme, noto que no había aforo ni restricciones por el estilo. Disfruté varios minutos mirando tan hermosa cascada, me metí por detrás de ella para disfrutar de su majestuosidad y potencia, y, finalmente, siendo las 17:00 aprox. comencé a buscar un lugar para quedarme. Justo al lado derecho, antes del puente, hay una pequeña entrada que lleva hacia un camino «de peatones», y al frente, se encuentra una especie de «resort». Tiré la carpa, cociné, bajé al río, me bañé y descansé toda la tarde

Salto de la Princesa y Salto del Indio refieren a una historia de amor. Sí anda por esos lados, puede leer de que trata en sus informativos.
Río Cautín bajando raudo y veloz hacia el oeste.

Día 4: Comentar que la noche anterior no dormí del todo bien, en el resort la fiesta duró hasta tarde y recién a eso de las 04:00 am pude quedarme dormido. Me levanté temprano y salí del lugar con la idea de llegar ese día a Lonquimay por la ciclovía estilo europea -así como esas de Holanda con mucho verde alrededor- que hay por esa ruta.

Tomé la 181-CH que lleva al paso internacional Pino Hachado. Le mandé los primeros repechos de la ruta para despertar la musculatura, y al cabo de un rato, veo el cartel de la ciclovía en el sector de El Escorial. Mencionar que comienza un par de kilómetros antes del Salto de la Princesa, en el sector de El Manzanar, donde hay dos minimarket. Ya en la ciclovía, el pedaleo se hizo mucho más agradable puesto que por el asfalto pasan mayormente camiones cargados con madera muy pegados a la berma. Muy peligroso para ciclistas y peatones. La ciclovía es de ripio en su totalidad, está construida sobre el antiguo riel de trenes. Tiene una distancia de 20 kms aprox. y con bellísima vista al volcán Lonquimay.

Un túnel desde El Escorial a Malalcahuello. Parte del ramal del paso de trenes
Una de las vistas más hermosas al costado de la ciclovía llegando a Malalcahuello.

Pasé por Malalcahuello, es un pueblo pequeño que tiene de todo lo necesario para recargarse. Compré algunas cosas para cocinarme y claro, una pilsener «para el calor» (no para mí). Estuve harto rato en la plaza cívica conversando con unos tatitas, de la vida principalmente. Visité además la ex estación de trenes, me dejaron pasar al verme recorriendo en bicicleta (como que llama la atención donde vas si andas con tu chancha toda cargada).

Me despedí de aquellos amables lolosaurios y continué por la ciclovía hasta llegar al cruce que da a la Cuesta las Raíces con destino Lonquimay, para mi mala suerte, no pude entrar y hacer ese tramo puesto estaban realizando trabajos en el camino por un derrumbe. Tenían para un par de días así que continué hasta el peaje del túnel Las Raíces. El operador del peaje me dijo que «no se podía cruzar en bicicleta, que pidiera me cruzaran en camioneta». Esperé un rato y la primera camioneta que llegó le pedí que me pasara hasta el otro extremo. Sin problemas la persona aceptó y en agradecimiento le pagué el peaje que costaba 500 pesos chilenos. Antes de cruzar un tipo que vende maní confitado me regaló una tira de este alimento puesto en la espera estuvimos conversando un poco: «para que haga sed»… ya conocía ese dicho de algún otro viaje.

Cruzando el túnel en el pick up de la camioneta.

Luego del túnel me esperaban los últimos kms para llegar a Lonquimay, pero en el transcurso de la ruta, tuve la oportunidad de ver paisajes increíbles. En el villorrio de Sierra Nevada, compré unos chocolates, y cuando miro hacia atrás, observo el volcán del mismo nombre en todo su esplendor. La ciclovía es una real terapia, lo cual luego pude comprobar conversando con el dueño de un negocio en el pueblo de Lonquimay. También hay un pequeño túnel de madera y por debajo de este, corre el río Lonquimay de un color verde musgo. !Increíble!.

Luego solo me bastaba llegar al destino de ese día, donde no dude en hacerme paso por los alambres púas junto a mi compañera de viaje para conectar con un pequeño camino que daba al río. No llegué directo a Lonquimay, llevaba reservas para pasar la noche tranquilamente.

Vista del volcán Sierra Nevada desde el villorio.
¡Buena ruta hasta aquí pero se viene mejor aún!
Acampando junto al río Lonquimay.

Día 5: Muy temprano me despiertan unos caballos relinchando, me dí cuenta que estaba en su espacio físico pero como son mansos, solo me miraron por un rato y siguieron pastando. Entendí con ello que me daban permiso para estar ahí siempre y cuando les dejara todo limpio y ordenado. Me bañé en el río (como buen ritual del bici aventurero), desayuné de las moras que habían entre los arbustos y pensé que era un buen lugar para lavar algo de ropa (sin detergente claro está). Luego de lavar algunas prendas, las dejé secar al sol y me fui a la sombra más cercana para seguir descansando y apreciando el lugar.

…me comenta que es el dueño del minimarket, y que vez que podía, salía a recorrer en bicicleta por la ciclovía. Me relató algo muy relevante para comprender su interés por el ciclismo, y es que su esposa, en aquel momento, se encontraba con un cuadro depresivo y salir a pedalear, era algo «terapéutico» que «le servía mucho».

Pasado las 13:00 hrs comencé a ordenar para ir a conocer el pueblo de Lonquimay. Al llegar entré a comprar a un minimarket, hice la fila y veo que un tipo me mira la bicicleta con curiosidad, en eso, me pregunta de dónde saqué los bolsos que andaba trayendo. Dentro de la conversación, me comenta que es el dueño del minimarket, y que vez que podía, salía a recorrer en bicicleta por la ciclovía. Me relató algo muy relevante para comprender su interés por el ciclismo, y es que su esposa, en aquel momento, se encontraba con un cuadro depresivo y salir a pedalear, era algo «terapéutico» que «le servía mucho». Le dí el contacto de la marca Choike para que se contacte con ellos y adquiriese bolsos. El tipo (no recuerdo su nombre), me hizo pasar al local y me regaló dos berlines con crema y un jugo de litro, ¿Qué tal?.

Salí de Lonquimay y partí destino a Liucura, un villorrio que se encuentra al costado del paso internacional Pino Hachado. El camino es pavimento, muy amplio y con buena berma. Antes de llegar paré en una sombra para llamar a amigos y familiares, necesitaba echar la talla un poco, me quedé pensando en lo que me comentó el tipo del minimarket, y claro, cuando la gente tiene algún vacío se siente sola, y muchas veces, sino visualiza una salida, se cae en depresión. Quizás en mi caso toda mi vida he estado acompañado de mi familia, amigos y gente que voy conociendo en el camino, pero nunca se está completo, siempre está esa «nada» ahí dentro, será por el modelo en el que vivimos o, en ocasiones, por nuestra genética… quién sabe.

Luego de las risas por teléfono con mi gente, dispongo a seguir pedaleando cuesta arriba hasta llegar a Liucura, donde solo hay dos almacenes, un par de casa, la aduana y un retén de policía chilena. Me abastecí y salí con dirección a Icalma, Carlos, mi pepe grillo de este viaje, me había comentado de ése lugar por ser de una gran belleza. Tomé el camino de ripio R-95-S y de pronto, noto en el mapa el río Bío-Bío, así entré a un lugar que me llamó la atención, pasé la bicicleta por arriba de los alambres de púas y salté a lo bandi´o (clásico para quienes me conocen). Al llegar veo un lugar ideal por donde pasa el río, muy pantanoso y lleno de aves silvestres. Me eché y disfruté lo que quedaba de día pues tampoco tenía señal así que mucho mejor para descansar la mente.

Pasando la bici para entrar al camping libre.
Río Bío-Bío visto desde el camino hacia Icalma.
Acampando junto al Río Bío-Bío con un arrebol cordillerano de fondo.

Día 6: Me levanté temprano a tomar desayuno junto al río pero para mi sorpresa, tenía una pilsener guardada así que la puse a helar en aquel cauce de agua congelada. Me tomé el «desayuno de campeón» el cual me hizo apreciar mejor los tintes de la naturaleza. Luego ése viaje interestelar con la cebada, ordené todo y me fuí, despidiéndome claro de la ñuke mapu como un buen gentleman.

El desayuno de campeón.

El calor rebotaba en el ripio de la R-95-S, iba parando cada cierto rato en alguna sombra que pillaba para refrescarme con un jugo que me preparé antes de salir. Comentar que este tramo de la ruta cuenta con varios negocios de personas que viven por el sector, en especial, una señora que vende tortillas de rescoldo y mote con huesillo. Se encuentra en la Comunidad Marimenuco Alto. Paré a comprarle, no recuerdo su nombre pero la conversa fue bien amena mientras esperaba que saliera tan rico manjar. Me comentó lo crudo que es el invierno en la zona, que «la nieve alcanza casi el metro y medio desde el suelo» y «deben hacer plata mientras el tiempo este bueno» puesto con eso sobrevive su familia en el invierno. Brígido. Sus hijos e hijas me ofrecieron un vaso de agua y, al ver mi bicicleta cargada con el estilazo bikepacking, sacaron una bicicleta chica que tenían en el casa. Jugaron un buen rato hasta que la señora les pidió que fueran a buscar la tortilla. Comí lo que pude (era gigante) y el resto lo distribuí en mis bolsos para luego seguir mi rumbo.

No pasó mucho tiempo cuando de pronto, comienza a «sonar el cielo», eran truenos y relámpagos, de esos que me daban miedo cuando era niño. No pensé que pudiera pasar aquello ya que hace un par de horas hacía calor. Seguí pedaleando junto a las trompetas de Dios que anunciaban mi llegada ahora a la Comunidad de Nahuelcura, pero, ¡ahora caen granizos!. Que maravilla. Lo primero que hice fue gritar así como el Teniente Dan en la película Forest Gump, cuando se encuentra con la tormenta (por si no la ha visto véala, sabrá de que hablo). Vi un paradero a lo lejos y es ahí cuando noté que iba muy empapado, como mis visitas por la patagonia. Entré a resguardarme un rato. Me faltaban unos 5 kms para llegar a Icalma. Preparé comida en ese refugio improvisado y luego me eché un rato. Entre-sueño veo otro cicloturista pasar y que me grita «wena!». Me quedé con la idea que estaba soñando y seguí dormitando.

Minutos antes que cayeran los granizos cerca de la Comunidad de Nahuelcura.
Entrando a Icalma. De fondo el lago.

Al llegar a Icalma lo primero fue buscar un lugar donde tirar la Carpa, es una villa con muchas casas y unos cuantos negocios, además, se encuentra otro retén de la policía chilena debido a que hay otro paso internacional. Icalma es un lugar turístico, así que entendí que no haría mi tan amado camping libre aquella jornada. Habían 3 campings y los 3 colapsados por temas de aforo, no podían tener más de un cierto número de personas. Finalmente me aceptaron en el primer camping antes del retén, 6 mil pesos chilenos me cobraron y la chica argentina que atendía, muy amable por lo demás, fue quien me hizo «un espacio». No era lo mejor ya que a mi alrededor había ambiente de «carrete» (fiesta). Lo entendí pero ya eran las 01:00 am y los gritos y la música a todo chancho (alto volumen) simplemente no me dejaron dormir.

Sin haber podido dormir, me levanté, me lavé la cara y me fuí del lugar. Salí a comprar algo para comer, era temprano pero necesitaba comer y pensar donde irme para disfrutar el lago sin ruido humano. El primer carrito de completo que ví lo aseguré con papas fritas y un completo italiano. En el intertanto, aparece un cicloturista a comprar al mismo carrito. Nos saludamos y comenzamos a conversar, él fue quien me gritó «wena!» cuando yacía dormitando en el paradero. Mirko, es el nombre del cicloturista. Me comentó que andaba recorriendo la zona y que era oriundo de La Cruz, Región de Valparaíso, Chile. Por temas de tiempo quizás no continuamos el camino juntos, además por mi parte luego de Icalma bajaría a la laguna Galletué.

Mientras comía, ví el mapa con tal de encontrar alguna pasada para acampar ese día en el lago. Usé está vez el «comodín» Overlander! una aplicación que marcan otros/as aventureros/as con datos varios como camping y lugares específicos. Es así que noté que estaba habilitada la acampada libre un poco más abajo. Por lo anterior, tomé el camino rural R-955 y en media hora, estaba en un paraíso. Había gente abajo en el lago pero nadie acampando. Dormí plácidamente durante un par de horas, venía un poco cansado y más el carrete de los compañeros de camping de la noche anterior, lo merecía.

Zzz…

A eso de las 17:00 llegan unas personas en camioneta. Instalaron su carpa, saludaron y se fueron al lago. Un poco más tarde, aparece otra persona en camioneta. Se acercó primero a los otros campistas, y luego de un rato, donde mí. Me saludo y me preguntó si me quedaría, le dije que sí, que andaba conociendo el lugar en bicicleta, es en ese momento cuando me refiere que es el dueño del sitio y que cobra por quedarse, no tuve problema en meter la mano en mi billetera y sacar unos cuantos euros pero me dice que «no me cobraría, que solo deje limpio por favor». Muy amable el hombre. Me comentó que en el lago no se permiten embarcaciones con motor, que la gente cuida mucho la tierra y que él es Mapuche originario (hombre de la tierra). Me relató temas muy interesantes de la zona y luego de eso se fue. El viento sopló muy fuerte de noche y me dormí con el sonido de las ramas de los árboles chocando entre si.

Lago Icalma con viento.
Lago Icalma en calma.
La postal del atardecer aquella jornada.

Día 7: Partí del paraíso Icalma a medio día, estaba muy bueno el lugar para quedarse pero el tiempo se me agotaba. Había pedido pocos días de vacaciones esta vez. Mi destino esta jornada: laguna Galletué. Volví a tomar la R-955, camino rural de calamina y ripio. En todo momento me acompañaba el lago Icalma así como diciendo: «no te vayas chavo…». Tiene una hermosa vista la ruta. Durante el pedaleo, me encontré a una Sra. vendiendo sopaipillas a 500 pesos, se le podía echar pebre hecho por ella. Fino. Conversamos un rato y me llevo la sorpresa que era de Punta Arenas, así que charlamos un buen rato, le comenté que hace un par de años había pasado por esa ciudad, y me quedé dos semanas ahí, cuando iba rumbo a Ushuaia. «¿En bicicleta igual?» me preguntó, sí le dije. «Ud está loco!» ahí nos reímos un rato de la locura, de la vida y todo en general.

Sopaipillas de la locura.

A la hora llegué a galletué (me salió verso, cacha). Es un villorio muy acogedor. En par de letrero decía «camping» pero no me gustan los camping, lo siento, soy un «antisocial» en ese sentido. Eso sí, tomé la sugerencia de un cartel que decía «mote con huesillo». Me atendió un señor muy pro activo para la edad que tenía. ¡Heladísimo el refresco!. Le tiré la talla (la broma) de si vendía cervezas y me dijo «yo no pero le doy el dato altiro de quien vende para que se hidrate» (algo similar me dijo no recuerdo bien, solo que me dió el dato de la pilsener). Me mandó «al techo verde», el único que se veía en el lugar.

Luego de comprar seguí pedaleando hasta que no vi casa alguna. Olí una posible entrada alternativa a la laguna y sin dudarlo salté la valla. Caminé con la bici en la mano durante unos 5 minutos cuando de lejos veo la laguna. Me arrimé a un árbol que daba sombra, me saqué la polera y me estiré en el suelo a disfrutar de las pilseners. Así toda la tarde. Atardeciendo llega una camioneta, se baja un vidrio y se asoma una tipa cuica quien me dice «¿te vas a quedar acá?». «Por supuesto», fue mi respuesta, a lo que me refiere que es la «dueña del lugar y que esa parte de laguna le pertenece». «Amm» esbocé. En fin, solo me pidió que no dejará sucio.

Luego de saltar la valla viene este camino directo a la laguna.
Atardecer en la laguna con arreboles en el cielo.
Nice!
«¡Salgan de mi laguna!»

Día 8: Ahora mi destino era la Reserva Nacional China Muerta, Primeramente hacer la referencia del por qué el nombre: «Su nombre refiere a una mujer que murió en las cercanías del lugar, al retorno de una veranada desde la cordillera. Cabe mencionar que los españoles le llamaban «China» a las mujeres Mapuches en forma despectiva». Explicado lo anterior, continúo.

Maps.me me marcaba 11 kms hasta el cruce de la ruta R-955 con la S-365 que es donde comienza el camino que cruza la reserva nacional y que termina en Melipeuco. En el transcurso, me fui escuchando a Joy Division recuerdo, a la vez que apreciaba las araucarias que me acompañan en todo momento. Un vez creí haber llegado al cruce, error, me pasé un par de kilómetros. Me devolví pero en eso me doy cuenta que el camino era estrecho, por eso no lo había visto.

El camino estrecho es una mezcla entre gravilla y arena.
Hay en varias partes del camino estos refugios.

En cuanto al camino, son miles y miles de araucarias. «La mejor opción fue seguir por aquí» pensé en ese momento. Iba parando de vez en cuando a sacar alguna foto o simplemente echarme bajo una araucaria. Casi llegando al punto más alto, me topo con una pareja que estaba en panne con su vehículo «no 4×4» -la arena y los surcos del camino no son buenos para este tipo de automóviles- así que me bajé de la bici y les ayudé a poner palos gruesos por debajo de las ruedas traseras hasta que el chofer pudo salir. Luego continué y veo una caída, muy técnica la caída, me recordó en ese momento «la ruta del cóndor», en Santiago, Chile, cuando me azoté contra el piso por tirarme «a lo loco». Pues bien, apliqué mucho freno y concentración ya que quería seguir integro los días que me quedaban por recorrer.

Increíble, ¿no?
Sr parece a las ciclovías de Santiago…
La mejor vista al río Quinquén.
Hace unos años ocurrió un incendio forestal donde se quemaron miles de araucarias bajando hacia Melipeuco.

Una vez realizado el descenso, me estacioné a descansar en un pequeño puente por donde pasa el río Truful-Truful. Me preparaba a cocinar lo que me que me quedaba, y en eso, llega la pareja que ayudé con su vehículo unos kms más arriba. El chofer se baja y me «regala» un paquete de fideos, una salsa de tomate y dos jugos chicos en caja. Conversamos un rato y nuevamente nos agradecemos. ¡Pura wena onda viajar en bici!. Luego de comer me tiré un chapuzón en un pozón que había. Seguí bajando hacia a Melipeuco, pero sin antes pasar a apreciar el Salto Truful-Truful.

Junto al salto Truful-Truful.

Llegué a eso de las 18:00 hrs a Melipeuco, es un pueblo que tiene de todo. En ese momento se encontraba en fase 1 (cuarentena) pero en bici no existe tal concepto. Los negocios todos abiertos, más que mal la gente necesita vivir. Hay que producir. En fin, me compre una pilsener, y cosas para tomar once. Hay dos camping pero no opté por ninguno, ¡you now!. Me fuí a inspeccionar cerca del río para ver donde me podía quedar, estaba todo lleno de máquinas que extraen áridos. Me adentré en un «bosque de pinos», por allí hallé un lugar perfecto para quedarme, así que me establecí como nuevo residente por esa noche, noche que me traería una gran sorpresa por lo demás.

Mi patio en aquella ocasión con vista al río Truful-Truful.

…tenía el pulso acelerado y la adrenalina a mil… no se movía, mas bien me miraba fijo. Sólo cuando comenzó a realizar sonidos guturales de felino supe que era hora de despedirme de este mundo cruel.

Día 9: Comenzar comentando que la noche anterior no pude dormir tranquilo, está vez no fue por el ruido humano. Donde me había quedado había un sendero de animales del cual no me percaté. A eso de las 22:00 hrs me dispongo a dormir pero de pronto, sentí unos pasos, no eran pasos de ratas u otro animal del mismo tamaño, estos eran golpes en la tierra como pisadas humanas. Al principio no le presté atención ya que por el lugar había visto algunos pescadores. Al cabo de un rato seguían los pasos muy cerca de la carpa, es entonces me dispuse salir a mirar, sin antes ponerme el cortavientos y la luz linterna para alumbrar. Traté de abrir despacio el cierre de la carpa (sabemos que suenan bastante). Había luna llena y la luz se reflejaba en el agua y daba un efecto de «lámpara». Cuando salgo de la carpa, veo una especie de «perro», tenía el pulso acelerado y la adrenalina a mil. «El perro» no se movía, mas bien me miraba fijo. Sólo cuando comenzó a realizar sonidos guturales de felino supe que era hora de despedirme de este mundo cruel.

Lo anterior no duro más de un minuto, mucha tensión por ambas partes pero recobré la razón y recordé que los pumas son cazadores, y si les das la espalda, te vuelves su presa, además, le estaba invadiendo su espacio. No podía dialogar con el pero si «asustarlo». Recordé que mi segunda vez por la carretera austral conocí a un tipo sabio quien me mencionó e instruyó que en la zona cordillerana estaba lleno de éstos felinos salvajes: «tiene que verse más grande que ellos, levantar los brazos, gritar y nunca darles la espalda si no lo van a salir a cazar». Dicho y hecho, en un acto de valentía y/o locura, hice lo que me dijo el hombre, como estaba con el cortavientos, lo abrí y alcé los brazos. ¡guaaa! le grité, se dio la media vuelta y se fue caminando. Nunca lo intimidé pero no me leyó como presa ni como amenaza, simplemente no me pescó (no me dio importancia).

En la mañana me lavé la cara en el río, ni para el chapuzón me dio el cuero (la valentía). Salí rápido, así como una gacela al camino, quería contar lo sucedido pero amigo que llamaba me decía que «estaba ocupado». Lo primero fue comprar para el desayuno en Melipeuco, y ahí pude conversar con una señora a la que le conté lo vivido y con cara de asombro me dijo: «tuvo que haber sido macho, los machos son cobardes. Agradezca que no era hembra y que no andaba con sus cachorros». Claro, eso era. Me sirvió contarle porque ahora, más desahogado, me dirigía rumbo al Parque Nacional Conguillío.

Luego de una subida de casi 250 metros de altimetría en 12 kms, veo a lo lejos a la policía chilena justo a CONAF. Éstos estaban devolviendo a todo aquel que quisiera entrar al parque ya que como sabemos, en ese momento el covid causaba estragos en la naturaleza pero en los malls de las ciudades nadie se contagiaba (sarcasmo). Fui y di cara como corresponde a ver que me decían. Me preguntaron por «mi permiso para transitar», no lo tenía, no me importaba. Luego me dijeron que «no se podía entrar al parque por temas ‘sanitarios’». En fin. Me devolví a Melipeuco a cranear por donde podía llegar a Curacautín ya que había sacado pasaje para tres días más. La pasada por la R-925-S (el camino que cruza el Conguillío) era perfecta puesto me ahorraba darme la vuelta por la 5 sur, y más que eso, era mi última ruta turística.

Mi primer intento por entrar al Parque Nacional Conguillío.

Bajé pensando que podía hacer y lo primero que se me ocurrió fue tomar otro atajo que ví en el mapa. Así que seguí derecho hacia Cunco. Sí tomaba el nuevo desvió en dos días estaría en Curacautín. En el trayecto, me contacta mi primo Rudy, oriundo de Lanco, Región de los Ríos, refiriéndome que andaría por el sector en moto. Le encargué «pan de casa» que hace mi tía Olga. Quedamos de juntarnos en un cruce, en un paradero. Antes quería ver que tal el atajo que había pillado en el mapa y estaba muy difícil, no solo por la altura si no porque es un camino de camiones madereros muy angosto. Los camiones pasaban a cada rato. Me devolví y lo esperé al son de unas frías pilseners y escuchando su clásico Misfits. Llegó al rato, me traía el pedido. Conversamos y le conté cual era mi idea, y porque había ahora desechado aquella opción de subir por el «atajo» nuevo.

Con el delivery del pan. Foto sacada de las historias de Instagram.

Me despido de mi primo y pienso donde me podría quedar, no volvería al lugar que había estado la noche anterior. Quedé «espiritua’o» (con miedo). Comencé el regreso a Melipeuco, iba por uno de eso camping que había visto, no me quedaba de otra. Al poco rato de pedaleo, divisé un cartel que decía «camping», estaba escrito del lado opuesto, por eso no lo había visto. Entré y pregunté cuando costaba: «6 mil por persona» me dijo la Sra. que lo atendía. No había mucha gente. Me quedé. Aproveché de ducharme (solo me bañaba con agüita de río hasta en ese entonces).

Día 10: La noche anterior dormí plácidamente. Así que ahora podía pensar mejor las cosas. Tenía la opción de cambiar el pasaje de vuelta, cambiarlo a otro pueblo. Estaba en eso cuando revisó los mensajes de Facebook, aplicación que usaba harto para publicar mis aventuras, y un amigo, de la comuna de Renca, Santiago, me habla comentándome que un amigo de él estaba haciendo guardia en el campamento CONAF del parque. Que le habló y le contó sobre mí.

Mi amigo me llamó por teléfono y me dijo: «ya estay habla’o, anda no más, te van a dejar pasar». Quedé perplejo ante la noticia. Me puse contento pero a la vez no sabía si estaba hablando en serio o estaba bebiendo pilsener el hombre. Es corto genio pero tiene harta calle así que confié en él. Bueno, ¡no me iba a hacer de rogar!. Partí de vuelta, está vez iba convencido que conocería el parque Conguillío. El día estaba con pocas nubes y ahora podía ir apreciando tranquilamente y sin presión el camino. Llegando al sector de El Escorial, llamado así puesto allí se depositan los residuos volcánicos: escoria, siento el viento en contra, fuerte, como el que viví pedaleando en Tierra del Fuego. Al rato hago mis primeras paradas antes de llegar a la entrada:

El sector de El Escorial. De fondo el volcán Llaima que para aquella ocasión «no se mostró».
En las rocas capas de sedimento volcánico de millones de años y más abajo hay una cascada.

Al llegar a la entrada, está vez no habían policías, solo un guarda parque. Me acerqué y antes que le dijera algo, me preguntó: «¿tú vení por parte del Lucho?, sí le dije, «sí me contó que vení en bici de más abajo y querí pasar por aquí». Finalmente, luego de un rato de pelar (recordar) al «Lucho» entre risas me dice «que pasé, que no había nadie en el parque, así que andaría solo recorriendo». Imagínense la sonrisa de oreja a oreja que puse. Solo me pidió que no acampara adentro y saliera antes de las 19:00 hrs para no tener problemas con el otro turno. ¡10-4 y MAS QUE FELIZ!

Primera parada: Laguna Verde.
Segunda parada: Laguna Arcoíris.
Camino interior con cientos de araucarias.
Tercera parada: Lago Conguillío.
Cuarta parada: luego de su trekking con bici en mano, Velo de la Novia.

La última parada fue en la Laguna Captren, como pero no saqué foto alguna porque me eché a dormir una hora. Estaba maravillado con ese tour en solitario que me hice esa jornada. De haber perdido la esperanza, se abrió una ventana. «Los amigos valen más que un saco de plata» decía un viejo amigo de la calle.

Al salir me despido del otro guarda parque y sigo bajando raudo hasta Curacautín, el tiempo para llegar me daba pero finalmente bajé las revoluciones y vi en el mapa que podía llegar al río Cautín, lugar que me había quedado al comienzo de este hermoso viaje. Llegué con luz de día al río, sin antes disfrutar otra linda ciclovía donde solo se veían vacas y ovejas.

Día 11: Durante la noche, sentí caer un poco de agua. Al despertar me percato que había llovido un poco. Como siempre el resguardarme bajo árboles me ayudó a que la carpa no quedara tan empapada. Era el último día de pedaleo, ahora solo debía llegar a Curacautín que estaba a unos 5 kms de donde estaba. No me quería devolver.

Salí con un poco de neblina y chubascos débiles a la ruta, al rato, llegué a Curacautín. Me resguardé bajó el techo de los Bomberos esperando pasará lo que ahora era lluvia. Así me iba despidiendo de esa hermosa parte de la Araucanía. Al pasar la intensidad de la lluvia, fui en busca de un restorán popular de eso que tanto me gustan, donde hay sopa caliente y vino tinto. Luego del banquete, fuí en busca de una hostal. Tenía que lavar ropa y sacarme el olor a humo que andaba trayendo (aunque una Sra. en el bus se tapó la nariz al verme). Pillé una a 15 mil pesos chilenos en la calle Iquique. Me eché todo el día. Al otro día tenía bus a las 20:00 hrs así que me aproveché de salir a recorrer el pueblo caminando (le pedí a la Sra. de la hostal si podía dejar la bici ahí) para hacer la hora.

Creo tener más cosas que contar pero la memoria es frágil y solo anoto cosas puntuales en mi «cuaderno de campo». Prometí volver con más tiempo en algún momento porque la verdad es increíble todo lo que se puede recorrer en esta zona. Me faltó Batea Mahuida, Villa Pehuenia (cruce a Argentina), entre varias más; los bolsos Choike se portaron bastante bien, pasaron la prueba y continúa el bikepacking con este equipamiento.

DATOS Y SUGERENCIAS: Sí vas a realizar esta ruta, desde ya te digo lánzate a la aventura, está muy «terapéutica». Si bien es mejor hacerla en verano, hay quienes la han realizado en pleno invierno (hay que tener ovarios y huevos para hacerla en esa fecha), el gran Iohan Gueorguiev, la realizó en esa época. Un grande.

1.- La ruta que hice consta de unos 385 kms:

2.- Hay negocios en todos los pueblos y entre el camino, existen algunos puestos de lugareños/as que de igual forma venden lo que se necesita.

3.- El camino es uno 40% asfalto y un 60% ripio, calamina, gravilla y arena.

4.- Gravel o MTB andan muy bien.

5.- Cuidado con los pumas, si no está seguro de quedarse en medio del bosque, no lo haga, hay camping o quizás pedir el patio con la idea siempre de cortar leña o colaborar en cualquier cosa en la casa puede ser.

6.- Si bien existe conflicto por el territorio, si no te adentras en las comunidades recuperadas o en recuperación, andarás bien.

7.- No hacer camping libre en senderos de animales o que haya registro alguno de éstos.

8.- Recuerda, no existe un manual, solo sé tú, lo demás es solo sugerencia. Cada cual hace su viaje como le acomode.

Un amigo ciclista antes de llegar a Liucura.

Accede a las redes sociales del autor.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Osvaldo Robledo

    Que envidia, sana… quiero hacer la misma ruta… Enero 2025 tienes los mapas que quieras compartir. Un abrazo y buenas rutas.

  2. César

    Que agradable llegar a este relato… ayer decidí hacer esta ruta, hoy leo esto. parto en dos semanas más. gracias.

Deja una respuesta